Si bien es cierto que en la Antigua Grecia los hipólitas espartanos encarnaban, como rezaba la máxima olímpica, a los peleadores más altos, rápidos y fuertes, es también innegable que quien creaba y daba a luz a los mejores guerreros de la Hélade eran, justamente, las mujeres espartanas. Esta distinción es parte de lo que creó un número de políticas y costumbres de las mujeres de Esparta que asombraban y, a veces, enfurecían a los vecinos de la región de Laconia.
En Esparta la vida era regida por una serie de leyes redactadas e impuestas por el Estado, donde el fin último era producir a los mejores soldados del mundo: los hipólitas. Aunque Esparta compartía con sus vecinos la misma religión, idioma, y la mayoría de las costumbres sociales, las mujeres espartanas causaban escándalo en el resto de las ciudades-estado por su libertad, coquetería y educación.
Por ejemplo y al contrario que en el resto de Grecia, tanto espartanas como espartanos comían la misma dieta rica en proteína y leguminosas, e incluso las mujeres casadas podían decidir sobre su propio consumo de vino. Esto era algo que escandalizaba a figuras tan importantes en la filosofía clásica como el propio Aristóteles, quien constantemente criticaba la independencia intelectual y económica de las féminas de Esparta.
También recibían la misma educación que los varones y compartían la instrucción atlética, religiosa, social y, a veces, militar. Esto lograba el cometido de hacer fuertes a las madres de los futuros mejores soldados de la época y, por lo menos en el lado físico, las espartanas poseían el mismo nivel de resistencia, rapidez y fuerza que sus conciudadanos varones.
Si bien no había mujeres hipólitas, la historia muestra evidencia de que eran el apoyo incondicional de sus maridos a la hora de la batalla. En el sitio de Esparta durante la invasión de Pirro en el año 272 a.C., las espartanas obligaron a sus maridos a descansar por la noche para estar listos y descansados para la refriega al amanecer, y por la noche se dedicaron a cavar trincheras e implementar defensas para que los guerreros pudieran luchar con más fuerza y brío.
Por el lado social, y a diferencia del resto de Grecia, las espartanas contaban con características únicas como tener derecho a poseer tierras y caballos. La región de Laconia era mundialmente famosa por su cría de caballos hermosos y rápidos, así que las mujeres en Esparta eran jinetes natos muy capaces. Inclusive, la primera superestrella deportista en la Antigüedad fue Cinisca, una campeona en el manejo de carros a cuatro caballos en los Juegos Olímpicos del 396 a.C. y 392 a.C.
Como cereza en el pastel para los berrinches aristotélicos, las espartanas tenían fama –y bien merecida– de ser las mujeres más coquetas y burlonas de la época. Las mujeres de Esparta tenían la costumbre de hacer ejercicio semi desnudas para llamar la atención de los hombres y solían burlarse de los guerreros solteros con el fin de incitarlos al matrimonio.
No sólo eso, las espartanas podían tener dos compañeros sexuales aún si estaban casadas, pues para el Estado el máximo objetivo era crear los mejores hipólitas posibles y si el marido de una doncella era viejo, las esposas tenían la prerrogativa de adoptar otro candidato más joven y fuerte. En este sentido, las mujeres en Esparta tenían derecho de decisión sobre su papel reproductivo: algo tan insólito como inaudito a los ojos de otras civilizaciones de la Antigüedad.
De la misma manera que sus ancestros, Alexios y Kassandra comparten estos fieros y orgullosos valores y saben que cada decisión que tomen forjará su destino en el nuevo título de la franquicia de asesinos más famosa del mundo.
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